Mi madre la Oca de Maurice Ravel
Mi madre la Oca de
Maurice Ravel
La obra que este blog desrrollará en este post es una pieza escrita en 1908 por el compositor francés Maurice Ravel en la que quiso evocar el mundo de los sueños y los cuentos de la infancia. Su título Ma mère l’ Oye (Mi madre la oca).
Basada en los relatos que escribió el también francés Charles Perrault y a los que
ya se aludió, tanto por su texto como por sus ilustraciones, en otro post de este blog sobre el universo de los hermanos Grimm ilustrado por
Lacombe; Ma mère l´Oye es una composición que desde
el primer momento tuvo a dos
jóvenes como principales destinarios, Jean y Marie, los hijos de
los Godebski, un matrimonio amigo de Ravel. Y este pequeño dato marcó la obra
desde su concepción ¿Cómo? En las siguientes líneas lo iremos desgranando.
Cuando Maurice Ravel compuso esta obra
tenía treinta y tres años y estaba en el esplendor de su carrera. Y es en este momento que decide
escribir esta joya, nadie duda que es una de sus mejores obras, en la que revisa su lenguaje para
simplificarlo y despejar su escritura. ¿Por qué hace esto? Por lo que ya hemos
comentado, porque desde el minuto
uno de su gestación estuvo pensada como una obra para los niños, para
que ellos pudieran soñar con ella e incluso, por qué no, tocarla. Así fue el día de su estreno,
niños de 6 a 10 años, que no eran ni virtuosos ni niños prodigios, fueron los
que se hicieron cargo de su interpretación. Y ¿niños de 6 a 10 años tocaban en
una orquesta? sería la pregunta. Y mi respuesta clara y contundente: no. Pero
es muy sencillo entender este no. La
obra no fue concebida originariamente para orquesta clásica sino como una pieza
para dos pianos, o que pone en la partitura para piano a cuatro manos. Esta
era una práctica habitual en Ravel uno
de los grandes orquestadores del s. XX. Primeramente concebía la
música como obra para piano y posteriormente la convertía en obra orquestal. En
el caso de la Ma Mére l’ Oye incluso
hubo una tercera variación. De la versión para orquesta saldría un ballet cuyo
argumento fue creado por el propio compositor y le dio la posibilidad de
ampliar la partitura. Va a ser esta versión ampliada la que a continuación
vamos a comentar.
Estamos
ante una suite de piezas independientes -cinco en
la versión para piano a cuatro manos; preludio y seis cuadros en la que hoy
vamos a hablar- pero en esta ocasión el criterio común no son los animales sino que en cada una de estas piezas, de
estos cuadros, se evoca un cuento
clásico o, para ser más exactos, un momento especial de esos cuentos.
Comencemos escuchando estos «momentos destacados» uno a uno. Solamente un apunte antes de pasar a la música. Ma mère l´Oye en la versión de 1912 no comienza directamente con la evocación de un cuento -como ocurre en la versión de piano a cuatro manos- sino con un preludio.
La Danza de la Rueca.
En la
partitura original para dos pianos este número no existe. Lo creó Ravel, junto
con el preludio que acabamos de escuchar, para esa versión de ballet a la que
antes hacíamos mención y que fue estrenada en 1912. Un número en el
que podremos imaginarnos a la
princesa que cae, pierde el conocimiento y entra en un sueño profundo tras
pincharse con la rueca. Unas pistas o si queremos ser más técnicos unas
pautas de audición: lo primero que escuchamos es un zumbido continuo, por supuesto, es
la rueca y sobre
ella nos podemos imaginar a alguien, la princesa, un niño… saltando y jugando.
De repente un chirrido, una sonoridad potente de toda la orquesta
describe una caída. Es nuestra princesa. Si vais al min 2.50 incluso se
podrá escuchar el lamento fúnebre
que todas sus damas de honor le dedican.
Pavana de la bella durmiente del bosque.
Una música de danza lenta, solemne y cortesana,
por algo se titula «Pavana de la bella durmiente del bosque» sobre la que escuchamos destacada a la flauta. Al principio esta flauta es
una viejecita, pero pronto
la melodía se irá transformando, irá cambiando. La viejecita es en realidad el hada benigna que acuna a la
niña. Así escucharemos el paso de la melodía de su forma primera a una tesitura mucho más aguda y
transparente que posteriormente será tomada por el clarinete, acompañado delicadamente por una cuerda misteriosa.
Dos ideas musicales contrapuestas: por un lado el maravilloso y encantador tema del clarinete (la bella) y de la otra parte las súplicas murmuradas de los contrabajos (la Bestia). Y con ellos todo un diálogo musical en el que la bella sucumbirá ante las súplicas. Al final un glisando del arpa, nos anuncia lo que esperamos: no tenemos bestia porque tras los rasgos del monstruos se esconde un príncipe encantado. En la versión para dos pianos este número no aparece en tercer lugar sino en cuarto, tras «La emperatriz de las pagodas».
Pulgarcito
En un tiempo Muy moderato Ravel nos lleva al interior del bosque. Allí, a la caída de la noche, los hijos del leñador, cansados y con frío, caminan vacilantes. Ls escuchamos desde el principio en los violines tocados con sordina, que con un dibujo de terceras y sus cambios constantes de compás, nos describe las dudas y vacilaciones de esos niños. Intentos de despegar, de ir hacia delante, pues parece como si la melodía fuera a depslegarse primero en el oboe (a partir min 0’22) para después intentarlo el corno inglés (0’42). Escuchamos también las escandalosas llamadas de los pájaros, tocadas por los violines con sus trinos y glissandos (min 2’14) e incluso escuchamos como contesta un cuclillo (flauta 2’16). Pero la marcha prosigue para finalmente desvanecerse en el último acorde que con la tonalidad utilizada (Do Mi)
nos disipa toda angustia.
Laideronnette, emperatriz de las pagodas.
En este
número Ravel se basa en un cuento
de la Condesa Marie d’Aulnoy, rival en su época de Charles
Perrault, en el que se nos narra la historia de una bellísima princesa que es condenada por
una malvada hada -no a dormir cien años- sino a una horrible fealdad. De hecho Laideronette se podría
traducir como Feucha.
Desesperada, la protagonista se encontrará con una serpiente verde que le lleva por el mar hasta un lugar muy lejano llamado Pagodins, en el que viven unas diminutas criaturas cuyos cuerpos son de
cristal, porcelana y piedras preciosas. Y el momento que Ravel
elige para evocarnos a través de la música es el baño purificador que se
da Laideronette mientras los Pagodins tocan sus exóticos
instrumentos, -al salir de él la niña fea se convierte en la Emperatriz de las
Pagodas y se casa con la serpiente verde que resultó ser un apuesto principe.
Una historia
que le da pie a escribir la pieza más extraña y seductora de la suit en la
que nos da muestra del gran
orquestador que es. Un movimiento de marcha (un, dos, un, dos)
bastante más vivo, más rápido que el anterior, le sirven de soporte a un baile de sonoridades de una riqueza
inusitada que parecen venir de allende los mares. Flauta piccolo, xilófono, arpa, celesta
(instrumento que este blog detalló en otro post, en este caso el dedicado al “Cascanueces”
de Tchaikovsky) címbalos se suman a una cuerda, que divida, añade refinamiento.
El jardín mágico
Último número. Lento y grave nos indica Ravel y en él nos va a devolver la luz y el canto de los pájaros. En el cuento, la princesa ha sido despertada por un beso del príncipe encantado y la pareja será bendecida por el hada. Los instrumentos de cuerda nos van a abrir la puerta de ese mundo maravilloso y nos van a guiar hasta el deslumbramiento final con la gran apoteosis a cargo de la trompeta, de la madera y de toda la orquesta.
El cuento se ha acabado pero nosotros tenemos la suerte de poder escucharlo nuevamente, si así lo deseamos