Aida

Romanticismo: Aida

                            

Este blog analizará en este post la que se podría definir como la ópera por excelencia; se trata de la que se podría definir como la ópera por excelencia, título icónico en el que se dan cita marchas brillantes, deliciosas arias y dúos, cuidados fragmento instrumentales y espléndidas evocaciones de otros mundos. 

Obra maestra que  engloba todos los elementos que definen el significado de ópera: el impacto escénico, la teatralidad, la variedad musical y un argumento que, con su mezcla entre lo político y lo amoroso garantiza un seguimiento trepidante; la evocación de un oriente imaginario, ficticio e irreal pero construido a través del estudio concienzudo de fuentes que le permitieran recrearlo será  uno de los anzuelos que cautiven al espectador, fascinado ante semejante despliegue de músicas que dibujan mundos tan lejanos como magnéticos para los oídos occidentales.

Pero, Aida es mucho más, como todas las óperas de Verdi, Aida esconde un conflicto profundo de índole existencial que es el intenso tratamiento de dos modos de ver el mundo: entre la norma y el deseo, entre la libertad y el mandato; son dos mundos que pueden verse reflejados ya desde el preludio con el que la orquesta abre la obra y en el que se escucharán dos temas enfrentados:


El primero, entonado por los violines con sordina, suavísimo, un tema que se impulsa siempre hacia delante, gracias a su “anacrusa”, a su construcción iniciada en la parte baja del compás de manera que esas notas tienden a discurrir hacia la parte fuerte.  Es un tema, además, “cromático”, es decir, juega con notas que no pertenecen a su tonalidad y así, todo este conjunto, le da misterio, incertidumbre y flexibilidad.

Acto seguido, nacerá un tema contrastante, grave, lo entonan los violonchelos, también con sordina, solemne y firmemente instaurado en un ritmo de marcha.

El primer tema, es el que simboliza a Aida mientras que el segundo tema se vincula con Ramfis, el sumo sacerdote egipcio y, por extensión, al resto de sacerdotes, a la norma religiosa.  Al escuchar el preludio, se penetra en ese mundo dual que entrará en conflicto cuando uno y otro tema suenen simultáneamente en la orquesta: la cuerda, con Aida; los violonchelos, con Ramfis.




Una vez descorrido el telón, no se precisan nada más que un par de minutos para llegar a la primera aria del personaje masculino protagonista, Radamès, un caudillo egipcio que sueña con ir a la guerra a combatir contra los etíopes para 

  «regresar ceñido de laureles»                       «tornar di lauri cinto»

y poder decirle a Aida:

«¡he luchado por ti, por ti he vencido!»

«per te ho pugnato,  per te ho vinto!»



Entona, entonces, la primera aria de la ópera, la celebérrima “Celeste Aida”, un aria convencional, asentada en la tradición operística italiana, una “romanza ternaria”, con una sección inicial de frases de estructura regular y planteamiento armónico sencillo:

«¡Si fuera yo ese guerrero!

¡Si mi sueño se cumpliera!

¡Un ejército de valientes,

guiados por mí, y la victoria,

y el aplauso de toda Menfis!

Y a ti, mi dulce Aida,

regresar ceñido de laureles,

y decirte: ¡he luchado por ti,

por ti he vencido!

Celeste Aida forma divina,

mística corona de luz y flor,

de mi pensamiento eres la reina,

de mi vida eres esplendor.

Tu hermoso cielo

quisiera devolverte,

las suaves brisas del suelo patrio,

poner sobre tu cabeza

una corona real,

erigirte un trono

cercano al sol, ¡ah!, etc.»

«Se quel guerrier io fossi!

Se il mio sogno si avverasse!

Un esercito di prodi

da me guidato, e la vittoria,

e il plauso di Menfi tutta!

E a te, mia dolce Aida,

tornar di lauri cinto,

dirti: per te ho pugnato,

per te ho vinto!

Celeste Aida, forma divina,

mistico serto di luce e fior,

del mio pensiero tu sei regina,

tu di mia vita sei lo splendor.

Il tuo bel cielo

vorrei ridarti,

le dolci brezze del patrio suol,

un regal serto

sul crin posarti,

ergerti un trono

vicino al sol, ah!, ecc. »

Bonitos versos, pero más interesante música: cuando en el texto se lee

«Tu hermoso cielo

quisiera devolverte,

las suaves brisas del

suelo patrio,»

«Il tuo bel cielo

vorrei ridarti,

le dolci brezze del

patrio suol,»


Se escucha, como evocación de la patria de Aida, el oboe, que aparece serpenteando junto a la voz y, desde este momento, pasará este instrumento a ser la voz de la patria de Aida, de esa esclava etíope que está al servicio de los egipcios y, por extensión, además de la patria, se convertirá en la propia esencia del personaje. 

Se escuchará, también, cómo se da una intensificación expresiva con una tendencia de la melodía a ascender al oírse

«cercano al sol, ¡ah!, etc.»       

«vicino al sol, ah!, ecc. »



Aria considerada generalmente como  la más difícil de Verdi y en la que la voz del tenor debe ser capaz de soportar los agudos de las trompetas y seguir el ritmo de la calidez de las maderas. También debe tener confianza en las notas altas. El aria, otra dificultad, comienza sin el acompañamiento de la orquesta y alterna varias veces entre los polos de la batalla (“un esercito di prodi, da me guidato”) y el amor (“Celeste Aida”). Los pasajes de amor deben cantarse con mucho “legato” y a veces en un hermoso “pianissimo”.

Entra ahora en escena Amneris, la hija del faraón, un personaje que, a medida que la ópera avanza, se torna más interesante y magnético, culminando su evolución en el último acto.  Al principio, Amneris es caracterizada con músicas que transitan entre la solemnidad y la inquietud trágica; entra en escena con una tranquilidad aparente, pero no va a tardar en mostrar su desasosiego y sus temores porque ella ama a Radamès y siente que él no corresponde su amor y lo supone enamorado de otra mujer.


Sospecha de aquella esclava que se acerca a escena y que el oyente escucha acercarse porque el oboe entona el tema que la ha presentado en el preludio anteriormente.


Amneris entabla un breve diálogo con Aida y surge en seguida un terceto entre ellas y Radamès que incrementa la tensión dramática enormemente porque muestra las posturas divergentes que se dan entre los tres personajes:


Como se ha podido apreciar, todo está dicho en diálogos internos, se lo dicen a sí mismos en el terceto, el público os oye cantar pero ellos, como personajes de la ficción, no porque lo están diciendo para sí mismo y así dibujan un conflicto que será troncal en toda la obra.

Como será habitual a lo largo de la ópera, el conflicto íntimo se cruza con la trama política y social, siempre caracterizada por lo solemne y lo marcial.  Un mensajero llega para anunciar al rey que una zona de Egipto ha sido invadida por los etíopes encabezados por el rey de Etiopía, padre de Aida, Amonasro.  El rey designa al hombre que encabezará la misión: Radamès y, alegres todos por ello, entonarán la famosa marcha “Su! del Nilo”.

«¡Vamos! Corred hasta las sagradas

orillas del Nilo, héroes egipcios;

que de todos los corazones

prorrumpa el grito:

¡guerra y muerte al extranjero!»

«Su! del Nilo al sacro lido

accorrete, egizi eroi,

da ogni cor

prorompa il grido:

guerra e morte, morte allo stranier!»

El “concertato” que se despliega después, por encima de ella, y las circunstancias individuales con que la recibe cada personaje hace que se forme un rico conjunto en el que resaltan especialmente las palabras de Aida

«¿Por quién llorar?

¿Por quién rezo?

¡Qué poder me une a él!

¡Debo amarlo aunque sea

un enemigo, un extranjero!»

«Per chi piango?  

Per chi prego?

Qual poter m'avvince a lui!

Deggio amarlo ed è costui

un nemico, uno stranier!»  

Todo concluye en un celebrativo

pero que, después, dará lugar a una continuación muy contrastante.

«¡Retorna vencedor! »       

«Ritorna vincitor!»


Este “ritorna vincitor” será el nexo que una este “concertato” con lo que sigue, un encuentro a solas con Aida.  La multitud se marcha cantando las alabanzas de Radamès, se queda sola Aida y “recoge” , en una reiteración contrastante maravillosa, el “ritorna vincitor” pero no como alabanza sino como un grito de horror; comienza un “recitativo accompagnato” en el que va enumerando lo que supone para ella ese “ritorna vincitor”:

«¡Vuelve vencedor!

¡Y mis labios pronuncian

esa palabra impía!

Vencedor de mi padre,

de él que empuña las armas

por mí,

para devolverme una patria,

un reino y el ilustre nombre

que aquí me es forzoso ocultar.

¡Vencedor de mis hermanos...

Quizás lo vea,

teñido de sangre amada,

triunfar entre el aplauso

de las cohortes egipcias!

¡Y tras su carro, un rey,

mi padre, cargado de cadenas!

¡Oh, dioses, olvidad

esas palabras insensatas!

Devolved a la hija

al seno de su padre;

¡destruid los escuadrones

de nuestros opresores!»

«Ritorna vincitor! 

E dal mio labbro uscì 

l'empia parola!

Vincitor del padre mio, 

di lui che impugna l'armi

per me,

per ridonarmi una patria,

una reggia e il nome illustre

che qui celar m'è forza!  

Vincitor de' miei fratelli... 

ond'io lo vegga, 

tinto del sangue amato, 

trionfar nel plauso

Dell'egize coorti!  

E dietro il carro, un re,

mio padre, di catene avvinto!

L'insana parola,

o numi, sperdete!

Al seno d'un padre

la figlia rendete;

struggete le squadre

dei nostri oppressor! » 

Se culpa a sí misma por entonar esas alabanzas a Radamès sabiendo que va a luchar contra su familia, lanza entonces un canto en el estilo de un “aria di vendetta” pidiéndole a los dioses que la devuelvan al seno de su padre y destruyan los escuadrones egipcios pero, acto seguido, pasa por su cabeza la razón de sus actos y ahí es donde aparece ese tema que, hasta ahora, se ha presentado como el tema de Aida pero que no había sido aún cantado por ella, nombrará entonces el amor

«¡Ah! ¡Desgraciada!

¿Qué estoy diciendo?

¿Y mi amor?

¿Acaso puedo olvidar

este amor ferviente que aquí,

aunque esclava y oprimida,

como un rayo de sol

me ha hecho feliz?

¡Desearé la muerte a Radamès,

a él, al que tanto amo!

¡Ah!, nunca en la tierra

se vio un corazón desgarrado

por angustias más crueles.

Los sagrados nombres

de padre, de amante,

no puedo pronunciar ni recordar.»

«Ah, sventurata!

che dissi?

E l'amor mio?

Dunque scordar poss'io

questo fervido amore che, 

oppressa e schiava,

come raggio di sol

qui mi beava?

Imprecherò la morte a Radamès, 

a lui ch'amo pur tanto!

Ah! non fu in terra mai

da più crudeli angosce 

un core affranto!

I sacri nomi

di padre, d'amante

nè profferir poss'io, ne ricordar.»

 Como el personaje se halla en un estado de confusión atroz, rápidamente va a pasar a un “contrastante allegro agitato” en el que, con cromatismos y con acentos, expresará esa incertidumbre

«Por eso me hallo,

confusa y temblorosa,

quisiera rogar, por uno y por otro.

Pero mi plegaria

se transforma en blasfemia.»

 «Per l'un, per l'altro, 

confusa, tremante,

io piangere vorrei, vorrei pregar.

Ma la mia prece

in bestemmia si muta»

Tras esa sección rápida, sorprende un cierre “cantabile” en el que pide piedad a los dioses y, se podría decir, se despega de la tierra entonando un canto de resonancias espirituales:

«El llanto es delito para mí,

y culpa el suspiro.

Mi mente está perdida

en la noche oscura,

y en esta angustia cruel

quisiera morir.

¡Dioses,

apiadaos de mi sufrimiento!

Mi dolor no tiene esperanzas.

Amor fatal, tremendo amor,

despedázame el corazón,

hazme morir!, etc.»   

«delitto è il pianto a me,

colpa il sospir.

In notte cupa

la mente è perduta,

e nell'ansia crudel

vorrei morir.

Numi,

pietà del mio soffrir!

Speme non v'ha pel mio dolor.

Amor fatal, tremendo amor

spezzami il cor,

fammi morir! ecc. »   

Por lo tanto, son cinco secciones las que se escuchan en este espléndido fragmento:

  “Recitativo dramático” inicial

  Un aria a lo “aria di vendetta”

El “cantabile amororoso” que despliega el tema de Aida

  Una sección rápida contrastante que expresa su confusión

 Y el sorprendente cierre espiritual invocando la piedad de los dioses


Continúa la segunda escena del primer acto, con una maravillosa fusión entre el estilo recreado como oriental con el que canta la gran sacerdotisa y la polifonía de herencia religiosa que pone Verdi en boca de los sacerdotes; uno y otro estilo ejemplifican esa construcción de un Egipto imaginario que esta ópera despliega.


El Egipto de Verdi es una mezcla entre características vinculadas en el siglo XIX a la música oriental: la modalidad, la oscilación entre segundas y mayores, la elasticidad del ritmo, la circularidad y la apariencia improvisada del fraseo. Esas características se mezclan con otras, asignadas a los sacerdotes, que provienen, como ya se apuntaba, del estilo de la polifonía clásica y que sirve para caracterizarlos con los atributos que Verdi irá dibujando para ellos: la esencia espiritual, la fe inquebrantable en sus dioses, el fundamentalismo desde el que abordan las normas y las prohibiciones, etc...

Cuando Ismail Pachá, jedive de Egipto, le encargó a Verdi una ópera que coronase los festejos por  la canalización del canal de Suez y la creación del nuevo teatro de la ópera del Cairo, tenía como objetivo vincularse con occidente, reafirmar la asimilación de la cultura occidental a través del estreno de una ópera del más grande compositor italiano del momento.  Verdi rehusó aquel encargo, argumentando que él no componía “música de circunstancias” y el teatro de la ópera se estrenó en 1869 con su Rigoletto.  Sin embargo, le llegó, a través del libretista Camille da Loche, un boceto de un libreto asesorado por el egiptólogo August Mariette; la historia de Aida y la exhaustiva mirada con la que se recreaban escenarios, costumbres y ambientes lo convencieron y aceptó el encargo en junio de 1870 y la ópera se estrenó en diciembre de 1871.  Entre medias, el asedio de París y la guerra franco-prusiana, retrasaron el proceso, dado que buena parte de la escenografía y el vestuario venían de París.

Estéticamente, el maestro concibió una ópera que combinaba la espectacularidad escénica y sonora, propia de la Grand Opéra francesa con el lirismo y la cuidada construcción melódica propia de la ópera italiana.

Interior de las  estancias de Amneris, en palacio, se pasean las esclavas con sus cantos de aire oriental y, entre ellas, Aida que entabla un dúo con Amneris en el que las dos se quitarán las máscaras y sacarán a la luz su profunda rivalidad, debida al amor de ambas hacia Radamès.  Para lograr sacarle la verdad que Aida oculta, Amneris le asegura que Radamès ha caído herido de muerte en la batalla que ha entablado contra los etíopes, Aida reacciona gritando, demostrando así su amor y atrayendo, de este modo, todo el odio de Amneris.

Y, ¿cómo se expresa ese conflico musicalmente?, representa Verde ese antagonismo con dos estilos de canto diferentes:

 Aida “se arrastra”, baja de registro y se acompaña de arpegios del fagot, todo en un registro oscuro que sugiere una caída a tierra.  Todo este tratamiento musical sugiere la aceptación y la resignación como esclava de Aida; es hija de rey, sí, como Amneris pero calla y se sitúa en un plano inferior incluso  en términos musicales.

 Amneris, sin embargo, utiliza su posición social superior para humillarla, le habla con un estilo contrastante, un estilo enfático e iracundo como el de un “aria di vendetta”.

Se presentan, pues, dos estilos que representan dos posiciones yuxtapuestas para esta mujeres enfrentadas.


Este diálogo se cruza con la música que llega desde la calle y, con él, la segunda escena del segundo acto que es la más monumental, un despliegue de música pública ara celebrar la llegada de Radamès triunfante.  Comienza con la entrada del “gloria all’Egitto”, el coro solemne con el que el pueblo lauda a su tierra y a su diosa Isis.


En la búsqueda de un resultado escénico y forman bien documentado, Verdi mandó construir las famosas trompetas egipcias para este fragmento; estructura recta, un metro y medio de longitud y con una sola válvula, fueron creadas a partir de imágenes y bajorrelieves para generar una gran expectación en escena ante la llegada de un Radamès victorioso como general de los ejércitos egipcios que presenta a los prisioneros que van a ser ajusticiados, entre los que se encuentra Amonasros, el padre de Aida que grita al verlo exponiendo así su verdadera condición.  Amonasros canta, entonces, ante el rey, un discurso que lo sitúa como amante de su patria

«¡Si el amor a la patria es delito

todos somos culpables,

estamos dispuestos a morir!

Pero tú, rey, tú señor poderoso,

ten compasión de estos hombres;

hoy los hados nos han sido

¡ah!, pero mañana

podrían serlo para vosotros.»

«Se l'amor della patria è delitto

siam rei tutti,

siam pronti a morir!

Ma tu, re, tu signore possente,

a costoro ti volgi clemente.

Oggi noi siam percossi dal fato,

adversos, ah! doman voi potria

il fato colpir.» 

Lo canta con un discurso musical brusco, rotundo, en el que hay una sorprendente sección contrastante porque pide la compasión del rey por sus hombres y lo hace con un estilo melódico y calmo que será precisamente el que sirva para que Aida y el resto de esclavas y prisioneros pidan clemencia en el “concertato” que se despliega a continuación.  A esa clemencia se opondrá un sólido coro masculino que no quiere oír hablar del perdón, son los sacerdotes egipcios que muestran así las dos visiones firmemente enfrentadas.

«Acaba, oh rey,

con esta chusma feroz,

cierra tu corazón a

las voces pérfidas;

fueron condenados a muerte

por los dioses.

¡Que se cumpla ahora

el deseo de los dioses!»

«Struggi, o re,

queste ciurme feroci,

chiudi il core

alle perfide voci;

fur dai numi

votati alla morte,

or de' numi

si compia il voler!»

Después, continúan, se unen las voces individuales, cada cual con sus perspectivas. Culminará ello un primer clímax del finale con un doloroso y largo “melisma”, grupo de notas sucesivas que se cantan sobre una sola sílaba, de Aida.


Hasta ahí, encontramos una primera gran sección del finale, llega una sección de enlace en la que Radamès pide la libertad de los etíopes y el rey se la concede, dejando a Amonasro como rehén.  Ramfis, sumo sacerdote, advierte al rey

«Escucha, rey.

Tú también, joven héroe,

escucha un sabio consejo:

son enemigos y valientes;

la venganza anida

en sus corazones,

y envalentonados por el perdón

¡volverán a empuñar las armas!»

«Ascolta o re.

Tu pure, giovine eroe, 

saggio consiglio ascolta:

Son nemici e prodi sono;

la vendetta hanno

nel cor,

fatti audaci dal perdono

correranno all'armi ancor!»

El rey, ocupado en otros menesteres, hace caso omiso de la advertencia de Ramfis.

Y, ¿en qué piensa el rey?: en dar a Radamès la mano de su hija Amneris... Con un panorama tan divergente, se cierra el segundo acto con los sones del “gloria all’Egitto” que resuena como un “ritornello” como telón de fondo de lo que los personajes expresan.


Vigesimoquinta ópera del maestro, ya, para entonces, convertido en todo un símbolo como creador de óperas y, con Aida, Verdi, se encontró con un argumento ideal para él porque en él se cruza la trama política, pública, con la intimidad y el dramatismo de la historia de amor prohibido y frustrado; a ello, hay que sumar el hecho de recrear un oriente imaginario en su ópera lo que supuso un gran estímulo y un gran reto a los que se enfrentó con gran vocación y cuidado, atendiendo todas las indicaciones que, sobre asuntos escénicos, le sugirió el egiptólogo Auguste Mariette y estudiando en profundidad todo lo que pudo sobre música del medio oriente, a través de la visita de museos y la lectura de  de tratados sobre estas músicas.


Tras los actos primero y segundo, más extrovertidos, más monumentales, se accede al tercer y cuarto actos, más sensibles dramáticamente y también más delicados a nivel tímbrico e instrumental; el reflejo de la noche de verano que se acaba de ver y escuchar da buena muestra de ello.  Así comienza el tercer acto, con Amneris, hija del faraón, preparándose para su casamiento, rogando a los dioses porque Radamès, el caudillo egipcio, con el que la quiere casar su padre le entregue verdaderamente su corazón y olvide a esa esclava etíope que es Aida que aparece a los pocos minutos de comenzar el acto esperando intrigada a Radamès, con el que se ha citado a escondidas, en los jardines del faraón y deseosa de saber qué tendrá que decirle.  Aquí tiene lugar su profundo lamento por su patria, Etiopía y ante el dolor de no poder volver a ella nunca.  Es un momento clave porque Verdi consigue una fusión entre lo occidental y lo oriental, en el que resalta el color que caracteriza la patria de Aida y que se encuentra, musicalmente, como ya se ha apuntado, en el oboe que hace e permanente interlocutor del aria, en la rítmica flexible, el arabesco el color modal de la música en el inicio y en la permanente sensación e improvisación con la que nace todo pero, junto a estas cualidades orientales, tiene una direccionalidad, una intensidad y un estilo vocal, en la parte central del aria, que, en seguida, se distingue como propios de la tradición italiana, de la música oocidental.  Es esa fusión e lo uno y lo otro lo que condensa ese concepto de patria, ese espacio que habla de la identidad colectiva, de las raíces y que se torna universal en este idioma mixto que consigue Verdi en esta sublime aria. 

¿De qué habla el texto?

«¡Radamès vendrá aquí!

¿Qué querrá decirme?

Tiemblo.

¡Ah! si vienes, cruel,

a darme el ultimo adiós,

los profundos remolinos del Nilo

me darán sepultura,

y quizás me concedan

la paz y el olvido.

¡Oh patria mía,

nunca más volveré a verte!

Oh cielos azules,

oh suaves brisas nativas,

donde brilló serena mi juventud.

Verdes colinas,

orillas perfumadas,

¡oh patria mía,

nunca más volveré a verte!

¡Oh frescos valles,

oh bendito y apacible refugio

que un día me prometió

el amor!

Ahora que mi sueño de amor

se ha desvanecido,

¡oh patria mía, nunca más

volveré a verte!, etc.

Oh patria mía,

jamás volveré a verte!»

«Qui Radamès verrà! 

Che vorrà dirmi?

Io tremo! 

Ah! se tu vieni a recarmi, 

o crudel, l'ultimo addio,

del Nilo i cupi vortici

mi daran tomba, 

e pace forse,

e oblio.

O patria mia,

mai più ti rivedrò!

O cieli azzurri,

o dolci aure native,

dove sereno il mio mattin brillò.

O verdi colli,

o profumate rive,

o patria mia,

mai più ti rivedrò!

O fresche valli,

o queto asil beato

che un dì promesso

dall'amor mi fu!

Or che d'amore il sogno

è dileguato,

o patria mia,

non ti vedrò mai più! ecc.

O patria mia,

mai più ti rivedrò!»

Se repite, como un estribillo, ese


«Oh patria mía,

jamás volveré a verte!»

«O patria mia,

mai più ti rivedrò!»


y vuelve una y otra vez, cada vez más intensificado y doloroso en la protagonista este emocionante “ritornelo”.


Momento de excepcional belleza en la historia de la ópera en el que se ha podido observar:

 El estado de ánimo sombrío de Aida que teme no volver a ver a su patria, cómo, poco a poco se va despertando de este estado de ánimo hasta l’ultimo addio.

  La nostálgica cantilena del oboe introduciendo el tema de la patria que se escucha en un pasaje en “pianissimo” hasta que los sonidos se sofocan literalmente. Se evocan imágenes de su tierra natal. La desesperación se manifiesta en las numerosas repeticiones del “mai piu”.

 El hecho de que en “che un di promesso” la voz se vuelva más intensa y el siguiente “O patria” que se acompaña de un intenso sonido orquestal.

 Finalmente, con “non ti vedro” se retoma el ambiente del principio, esta vez con maravillosas notas altas y de nuevo acompañado por el oboe. Y el aria termina con un delicado y bello “do” agudo.

Se apuntará, a este respecto, que el papel de Aida está escrito para una soprano dramática. La soprano dramática debe tener una voz fuerte y voluminosa. La exigencia de creatividad vocal es alta, por lo que estos papeles suelen confiarse a cantantes vocalmente maduros y experimentados ya que el papel requiere una gran capacidad de recuperación y resistencia del cantante. tiene una gran presencia escénica con largas actuaciones, lo que requiere mucha solidez y fortaleza para hacer frente a las numerosas partes difíciles, como el “do” agudo expuesto en la hermosa aria “O patria”.

Puesto que queda así desarrollada la exigencia vocal de este papel, será un buen momento para analizar la del resto del reparto:

  El papel de Amneris está escrito para una mezzo de buen registro agudo, de voz potente y cálida para pasar por los numerosos estados de ánimo que van de la sospecha hasta esa última oración sobre la sepultura de su amado.

 Radamès, papel que ofrece considerables dificultades, precisa un tenor de fuerza, heroico, un “heldentenor” sería lo ideal; con una voz atractiva y de varonil oscuridad que se desenvuelva en un canto expansivo, apasionado y profundo pues ha de resaltar como héroe y guerrero, pero también ser capaz de morir a media voz, junto con Aida, en ese memorable final.  Es un papel exigente ya desde el principio, con esa difícil “Celeste Aida”.

Merece la pena anotar ahora, para observar la medida en que los personajes van evolucionando con respecto a los dos actos anteriores, que esas estructuras multiseccionales de aria son muy características de Aida, el aria que se acaba de escuchar, un aria formada por diferentes fragmentos contrastantes de música y el aria del primer acto de la ópera en la que sucedía algo similar; en ambas, el personaje se caracteriza por la libertad estructural, como si, en la forma de estructurar sus monólogos, Verdi dibujase esa personalidad encarnada por la búsqueda de libertad.  Radamès, el guerrero egipcio del que está enamorada, tiende a estructuras formales mucho más cerradas, como era su “Celeste Aida” con la que se abría este post.

En el jardín veraniego, junto al templo de Isis, donde, por sorpresa, aparece Amonasro, el padre de Aida, que sabe que su hija espera a Radamès y sabe que éste la ama en secreto.  Este personaje se retrata en lo que sucede a continuación porque va a poner, por delante del amor a su hija, su sed de venganza y su amor a la patria.  En el dúo que se estable:

Primero, él trata de convencerla de traicionar a Radamès con una evocación de esos bosques perfumados y esos frescos valles de su patria; de esta manera, recurre a la naturaleza, el vínculo de unión de Aida y el padre y entre ambos y la patria y, por otro lado, esa naturaleza,  también vincula este dúo con el que el aria que ha tenido lugar hace un momento, el lamento de Aida por su patria.  Aida, por supuesto, se siente cautivada en seguida por esa imagen de la naturaleza de su patria querida y entra en el dúo con rapidez pero, en seguida, en un lenguaje contrastante, le habla del bárbaro egipcio a ritmo de una marcha severa y oscura.  Con estas dos claves, se da paso al inicio del dúo entre Aida y Amonasro.


Aida, rota de dolor, pide perdón de nuevo, como ante Amneris, con una melodía que se arrastra, acompañada de los violoncellos y plana en sus primeros contornos, es como poner al personaje a la altura del suelo, arrastrándose, y, de esta forma, pide perdón a su padre.

«Ah! Pietà, pietà! pietà!

Padre! A costoro schiava non sono.

Non maledirmi, non imprecarmi.

Ancor tua figlia

potrai chiarmarmi;

della mia patria degna sarò.»


Amonasro se conmueve y pide a su hija que

«Piensa que un pueblo,

vencido, destruido, sólo

puede resurgir gracias a ti.

AIDA

¡Oh patria, oh patria,

cuánto me cuestas!

AMONASRO

¡Ten valor! Ahí viene.

Oculto allí lo oiré todo».

«AMONASRO

Pensa che un popolo, 

vinto, straziato,

per te soltanto risorger può. 

AIDA

Oh patria! Oh patria, 

quanto mi costi!

AMONASRO

Coraggio! Ei giunge.

Là tutto udrò»


En una primera visión o audición y para un espectador novel, Aida puede ser la ópera de la marcha triunfal, de la gran escenografía, de sus carros, caballos...en escena, de danzas y de coros espectaculares; pero, realmente, Aida es este tercer acto, la luna en las orillas del Nilo, la añoranza descrita en “O patria mía” y la oscuridad del desierto dibujada con la mayor de las interioridades tímbricas y melódicas, el oboe, es esa noche húmeda en la que Aida, esperando al amado, lo traiciona, es el increíble dúo con su padre, de una tensión dramática creciente hasta el insulto, el agudo de las flautas, es la esperanza de que Radamès huya con ella hacia los verdes prados de su querida tierra, vuelve el oboe, simbolizando la huida hacia lugares lejanos, hasta que el héroe y la esclava se dan cuenta de su fatal destino, inevitable como el Nilo que fluye a sus espaldas...

Y, en la música, ya late la llegada del héroe...

«Pur ti riveggo,

mia dolce Aida.

AIDA

T'arresta. Vanne. 

Che speri ancor?

RADAMÈS

A te d'appresso l'amor mi guida.

AIDA

Te i riti attendono d'un altro amor.

D'Amneris sposo...

RADAMÈS

Che parli mai?

Te sola, Aida, te deggio amar.

Gli Dei m'ascoltano,

tu mia sarai.

AIDA

D'uno spergiuro non ti macchiar!

Prode t'amai,

non t'amerei spergiuro.

RADAMÈS

Dell'amor mio dubiti, Aida?

AIDA

E come speri sottrarti 

d'Amneris ai vezzi,

del Re al voler, 

del tuo popolo ai voti,

dei Sacerdoti all'ira?     

RADAMÈS

Odimi, Aida.

Nel fiero anelito

di nuova guerra

il suolo Etiope si ridestò.

I tuoi

già invadono la nostra terra,

io degli egizi duce sarò.

Fra il suon, fra i plausi

della vittoria,

al re mi prostro,

gli svelo il cor;

Sarai tu il serto della mia gloria,

vivrem beati

d'eterno amore.

AIDA

Nè d'Amneris paventi

il vindice furor?

La sua vendetta,

come folgor tremenda,

cadrà su me, sul padre mio,

su tutti.

RADAMÈS

Io vi difendo.

AIDA

Invan! tu nol potresti.

Pur... se tu ami... 

ancor s'apre

una via di scampo a noi.

RADAMÈS

Quale?

AIDA

Fuggir!

RADAMÈS

Fuggire!                 

AIDA

Fuggiam gli ardori inospiti

di queste lande ignude;

una novella patria

al nostro amor si schiude.

Là, tra foreste vergini,

di fiori profumate,

in estasi beate

la terra scorderem.

RADAMÈS

Sovra una terra estrania

teco fuggir dovrei!

Abbandonar la patria,

l'are de' nostri dei!

Il suol dov'io raccolsi

di  gloria i primi allori,

il ciel de' nostri amori

come scordar potrem?

AIDA

Là tra foreste vergini, ecc.

RADAMÈS

Il ciel dei nostri amori,

ecc.

AIDA

Sotto il mio ciel più libero

l'amor ne fia concesso;

ivi nel tempio istesso

gli stessi numi avrem, ecc.

Fuggiam, fuggiam!

RADAMÈS

Abbandonar la patria, ecc.

Aida!

AIDA

Tu non m'ami. Va!»



Se ha podido escuchar el oboe que conduce a una nueva patria que se abre ante los amantes, surge con su entrada el idioma de lo exótico pero este magnético canto contrasta con la respuesta que Radamès le da, un idioma puramente itlaiano, occidental y así ha quedado patente la divergencia de opiniones desde la que parten.

Poco tarda Radamès en retractarse de la negativa que se acaba de oír, ello es debido al

«Tú no me amas, ¡vete!»

«Tu non m'ami. Va!»



Radamès consiente y, en esa aceptación, se construye la “cabaletta” final con la que concluye el espléndido dúo.

Ante la llegada de Amonasro, Radamès se siente culpable por haber traicionado a la patria, aparecen Ameneris y Ramfis, mientras huyen Aida y su padre, y acusan de traición a Radamès cerrando con ello el tercer acto.

Escrita con un gran compromiso hacia el dinamismo dramático, conviene resaltar que es una ópera de poquísimas arias, lo que predominan son los dúos, los “ensembles”, los intercambios entre personajes... lo que le da una gran teatralidad como Verdi declaró a Ferdinand Hiller, eun una carta, explicando que, quizá, en “Don Carlo”, ópera precedente, había más pasajes musicalmente sobresalientes pero «Aida tiene más pegada y más teatralidad» y lo cierto es que logra una síntesis estilística entre lo francés y lo italiano y una síntesis musicodramática entre los aspectos más colectivos y monumentales y los más íntimos, líricos e introspectivos, como el tercer acto que se sitúa en un “de tú a tú” dicho, en la mayor parte de los casos, en la penumbra.

Se ha podido apreciar en este tercer acto, que no existe ninguna nota que provenga de alguna melodía egipcia o árabe. El exotismo de ese mundo lejano en sus costumbres y, más todavía, en tiempo, que se escucha en la ópera es todo invención propia de Verdi, “inventare il vero” (inventar la verdad).  La forma de buscar ese color es sencillamente genial por su simpleza, usando el timbre de instrumentos como el oboe, el arpa o los graves de flauta, con recursos armónicos como hacer oscilar la melodía entre mayor y menor o formales como las repetitivas letanías litúrgicas.

Llega el último acto y en él el personaje de Amneris que ha estado creciendo a lo largo de los actos anteriores, culmina.  Se abre este acto con un motivo virulento en la orquesta que representa los celos que consumen a una Amenris realmente preocupada por el futuro de Radamès, con un conflicto interior que la devora, es una mujer que confiesa en el dúo que canta con Radamès que lo ama locamente, tanto que no puede plantearse la posibilidad de su muerte.

«Già i Sacerdoti adunansi

arbitri del tuo fato;

pur dell'accusa orribile

scolparti ancor t'è dato;

ti scolpa,e la tua grazia

io pregherò dal trono,

e nunzia di perdono,

di vita, a te sarò.   

RADAMÈS

Di mie discolpe i giudici

mai non udran l'accento;

dinanzi ai numi, agli uomini

nè vil, nè reo mi sento.

Profferse il labbro incauto

fatal segreto, è vero,

ma puro il mio pensiero,

e l'onor mio restò.

AMNERIS

Salvati dunque 

e scolpati.

RADAMÈS

No!

AMNERIS

Tu morrai.

RADAMÈS

La vita aborro; 

d'ogni gaudio la fonte inaridita,

svanita ogni speranza,

sol bramo di morir.

AMNERIS

Morire! 

Ah, tu dei vivere!

Sì, all'amor mio vivrai;

per te le angosce orribili

di morte io già provai;

t'amai, soffersi tanto,

vegliai le notti in pianto,

e patria, e trono, e vita

tutto darei, tutto darei per te.

RADAMÈS

Per essa anch'io la patria

e l'onor mio tradia.

AMNERIS

Di lei non più!      

RADAMÈS

L'infamia m'attende

e vuoi ch'io viva?

Misero appien mi festi,

Aida a me togliesti,

spenta l'hai forse,

e in dono

offri la vita a me?

AMNERIS

Io di sua morte origine!

No! Vive Aida.

RADAMÈS

Vive!

AMNERIS

Nei disperati aneliti

dell'orde fuggitive

sol cadde il padre.

RADAMÈS

Ed ella?

AMNERIS

Sparve,

nè più novella s'ebbe.

RADAMÈS

Gli dei l'adducano

salva

alle patrie mura,

e ignori la sventura

di chi per le morrà!

AMNERIS

Ma, s'io ti salvo,

giurami che più no la vedrai.

RADAMÈS

Nol posso!

AMNERIS

A lei rinunzia

per sempre e tu vivrai!

RADAMÈS

Nol posso!

AMNERIS

Anco una volta:

A lei rinunzia.

RADAMÈS

È vano.

AMNERIS

Morir vuoi dunque, insano?

RADAMÈS

Pronto a morir son già.

AMNERIS

Chi ti salva, sciagurato,

dalla sorte che t'aspetta?

In furore hai tu cangiato

un amor ch'egual non ha.

De' miei pianti la vendetta

or dal ciel si compirà.

RADAMÈS

È la morte un ben supremo

se per lei morir m'è dato;

nel subir l'estremo fato

gaudii immensi

il cor avrà;

l'ira umana più non temo,

temo sol la tua pietà, ecc.»



Una vez sola siente remordimientos y, con ellos, llega su redención, con un fondo orquestal protagonizado por los violoncellos y con un tema, el tema de Ramfis, el tema de los sacerdotes, esa marcha solemne que se identificó en el preludio, esa marcha suena bajo su voz pero suena, en esta ocasión, en modo mayor en vez de en modo menor como sonaba en el preludio; un tema que se “ilumina” poco a poco, según ella comprende el mal que ha hecho y, a fuerza de arrepentirse, aquel tema que simboliza la redención se purifica y eleva, convirtiéndose así, casi, en un consuelo.

«Ohimè! morir mi sento.

Oh! Chi lo salva?

E in poter di costoro

io stessa lo gettai!

Ora, a te impreco, atroce gelosia,

che la sua morte e il lutto eterno

del mio cor

segnasti!                  

Ecco i fatali,

gl'inesorati ministri

di morte.

Oh! ch'io non vegga

quelle bianche larve!

E in poter di costoro

io stessa lo gettai!

io stessa!

RAMFIS, SACERDOTI

Spirto del nume,

sovra noi discendi!

Ne avviva al raggio

dell'eterna luce;

pel labbro nostro

tua giustizia apprendi.


Una hermosa transformación la de ese tema de los sacerdotes que simbolizando el perdón simboliza una nueva mirada al personaje de Amneris.

Continúa el canto de los sacerdotes que entran con su estilo sacro entonando un canto llano muy espiritual y, en seguida, Amneris vuelve a cantar pidiendo piedad a los dioses para su amado Radamès. Se puede observar cómo ese tema de los sacerdotes que ha servido para purificar a Amneris ahora se torna monstruoso en la orquesta, simbolizando la brutalidad que hay tras las decisiones de aquel grupo de hombres que juzgan en nombre de dios.

«Spirto del nume,

sovra noi discendi!

Ne avviva al raggio

dell'eterna luce;

pel labbro nostro

tua giustizia apprendi.

AMNERIS

Numi,pietà

del mio straziato core.

Egli è innocente, lo salvate,

o numi!

Disperato, tremendo

è il mio dolore!

RAMFIS, SACERDOTI

Spirto del nume,

sovra noi discendi!

AMNERIS

Oh, chi lo salva? Chi lo salva?

Mi sento morir!

Ohimè! Ohimè!»


Y, con el ritual del número tres invadiéndolo todo, se repite esa escena por tres veces hasta concluir todos los ruidos en una monodia que Radamés es culpable y morirá como los infames bajo el altar del dios ofendido siendo encerrado vivo en una tumba.  Suena de nuevo el tema de los sacerdotes, Amneris concluye la escena con un grito contra todos ellos.



Impactante escena del juicio de Radamés e interesante evolución del personaje de Ameneris.

En las profundidades de la cripta en la que Radamés está enterrado con una losa que cierra la entrada, un entorno sellado como sugieren los bajos pesantes e inexorables que lastran el canto de una Aida que ha penetrado a escondidas en la tumba que encierra a su amado para acabar las horas junto a Radamès.  Un tipo de “finale” que se eleva desde el sufrimiento terrenal desde el que canta Radamès al principio hacia la superación del mismo en un estado de gracia que trasciende hasta el propio peso de los cuerpos, hasta el propio peso de la losa que los condena a morir bajo tierra.

«RADAMÈS

La fatal pietra

sovra me si chiuse.

Ecco la tomba mia.

Del dì la luce più non vedrò.

Non rivedrò più Aida.

Aida, ove sei tu?

Possa tu almeno

viver felice

e la mia sorte orrenda 

sempre ignorar!

Qual gemito!

Una larva, una vision!

No! forma umana è questa!

Ciel! Aida!

AIDA

Son io.          

RADAMÈS

Tu, in questa tomba!

AIDA

Presago il core della tua condanna,

in questa tomba

che per te s'apriva

io penetrai furtiva,

e qui,

lontana da ogni umano sguardo,

nelle tue braccia desiai morire.

RADAMÈS

Morir! Si pura e bella!

Morir per me d'amore;

degli anni tuoi del fiore

fuggir la vita!

T'avea il cielo per l'amor creata,

ed io t'uccido per averti amata!

No, non morrai!

Troppo t'amai!

Troppo sei bella!

AIDA

Vedi?

Di morte l'angelo

radiante a noi s'appressa,

ne adduce a eterni gaudii

sovra i suoi vanni d'or.

Già veggo il ciel dischiudersi,

ivi ogni affanno cessa,

ivi comincia l'estasi

d'un immortale amor.»



Uno de los momentos más íntimos y menos grandilocuentes de la historia de la ópera, aquella ópera que comenzaba con marchas triunfales se diluye en un dúo que se abre a la luz y a la trascendencia.

Y, mientras las voces se elevan, la instrumentalización es cada vez más desintegrada, con esos trémolos de la cuerda que parecen evocar una luz impensable bajo la losa en la que están pero existente en el estado de gracia en el que se encuentran esos personajes.

El mundo de fuera continúa igual, con sus invocaciones a los dioses y resuena allí afuera sugiriendo espacialmente esa doble dimensión en la que se divide el escenario: ellos abajo, el mundo arriba pero, por su canto, por su música, los amantes se elevan por encima conducidos por los violines a lo más alto, dejando atrás la tierra, la patria y la norma de vida.

Así llega el final de esta ópera Aida en la que Verdi nos demuestra cómo usando las formas de la ópera italiana la Grand’Opèra francesa, se obtiene un resultado dramático y dramatúrgico excepciona y una ópera en la que no sobra una sola nota.  Una instrumentalización que crea una continua serie de colores dramáticos que subrayan en cada momento el clima en escena, lleno de claroscuros asombrosos.  Los dos planos en los que gira esta ópera, el colectivo y el individual, no siempre se dividen o se integran el uno en el otro sino que muchas veces se superponen en un milagroso equilibrio dramático.

En Aida, la ambigüedad de las situaciones permite una excavación psicológica profunda, debido a que el énfasis no está en los caracteres de los personajes, sino de las situaciones y conflictos internos que se despiertan en la mente de los protagonistas.  A lo largo de la ópera, se desarrollan una serie casi ininterrumpida de duetos, encadenados por referencias temáticas esenciales para el desarrollo del drama.  Verdi teje una textura gruesa de relaciones semánticas entre los diferentes actos y confía a la orquesta la narrativa dramática que asume una importanacia estructural en la articulación y ayuda a crear una impresión de profundidad y de unidad.

Es la ópera más intimista del teatro de Verdi, el antiguo Egipto, la guerra con Etiopía, no es sino el paisaje donde se desarrolla la historia de un triángulo amoroso, destinado a la tragedia, que finaliza, de manera sublime, con Amneris rezando sobre el último aliento de los amantes.

Una vez más, con Verdi, el enfrentamiento entre poder establecido e individuo acaba irremediablemente aniquilando al débil; en Verdi, la muerte es la desaparición final del individuo y la sepultura de los amantes es el fin de su existencia, el resultado de haberse levantado contra “I Numi”, la sociedad, el poder, la realidad.

Aida es la última gran ópera de repertorio de una forma de escribir música, es el epílogo de esa edad dorada del gran “melodrama” italiano, no porque Verdi, último vestigio de esa edad dorada, dejase de componer ya que, quince años después,  llegaría su Otello y, más tarde, Falstaff pero son éstas óperas que corresponden ya a otro universo que se podría definir como más sofisticado, más vanguardista, menos italiano...pero eso ya es otra historia...


Este blog lamenta profundamente no haber encontrado una grabación subtitulada con una puesta en escena y unas voces a la altura de esta inmensa ópera; valga como disculpa el hecho de que esta producción de Zeffirelli es la única con subtítulos en español, lo que ayudará, cuando menos, a seguir su desarrollo. 

 

Características de los vídeos de este post:

       Director musical: Franco Zeffirelli

       Puesta en escena: Franco Zeffirelli

       Año: 2001

      Aida: Adina Aaron, soprano

      Radamès: Scott Piper, tenor

          Amneris: Kate Aldrich

          Amonasro: Giuseppe Garra